La tecnocultura, al ser de algún modo cultura (la de nuestra época emergente) tiene que estar sujeta como cualquier otra a los imperativos atemporales de la naturaleza humana. Por lo que sabemos, el mundo puede haber cambiado pero la naturaleza humana no lo ha hecho. Así pues la tecnocultura como toda cultura tiene que responder a las necesidades imperiosas de lo mágico, lo sagrado, lo emocional y lo que nos suministra la dimensión misteriosa y comunitaria de la vida. Y no digo «tiene que» en el sentido de deber moral, sino en el de la más elemental necesidad material. En ese mismo sentido tiene también que transmitir autoridad, orden, subordinación, supraordinación, privilegio, poder y recursos escasos. Y por último tiene que aportar la dimensión innovadora y novedosa que nuestra condición humana exige a cada paso, como exige también su contrario, el hábito, la tradición.
La necesidad planteada de un análisis socio estructural de la última revolución tecnológica se inicia por una clarificación conceptual. A través de las formas de conocimiento y de cultura, de los falsos planteamientos de la determinación tecnológica de la realidad, de los cambios en el trabajo y en el ocio, se introduce el análisis sobre el nuevo universo de la comunicación.
Deberíamos ser inmunes a la revolución se lleva tanto tiempo con la sensación de estar al borde de una mudanza radical, o de estar de lleno en ella que la crisis se ha convertido en el más común de los lugares comunes y la mutación del mundo se da por sentada sin estupor alguno.
Desde la ya lejana rebelión de los puritanos ingleses hasta la Revolución francesa, y de ella hasta la rusa y la II Guerra mundial ha habido en el Oeste una serie apenas interrumpida de convulsiones que enfrentaban a clases y naciones entre sí y engendraban nuevas distribuciones de poder y riqueza.
Deberíamos ser inmunes a la revolución se lleva tanto tiempo con la sensación de estar al borde de una mudanza radical, o de estar de lleno en ella que la crisis se ha convertido en el más común de los lugares comunes y la mutación del mundo se da por sentada sin estupor alguno.
Desde la ya lejana rebelión de los puritanos ingleses hasta la Revolución francesa, y de ella hasta la rusa y la II Guerra mundial ha habido en el Oeste una serie apenas interrumpida de convulsiones que enfrentaban a clases y naciones entre sí y engendraban nuevas distribuciones de poder y riqueza.
Desde la última conflagración universal ha ocurrido un desplazamiento de los movimientos revolucionarios hacia la periferia de las sociedades avanzadas pero no una mengua de ellos. Es así como nos hemos ido acostumbrando a suponer que toda transformación radical y veloz, toda mutación social, debía venir impelida por un alud político revolucionario.
1 comentario:
JEAN-LEONARDA
Se dice que la expansión de tecno¬conocimiento, la informatización de la sociedad y el auge de la tecnocultura son la ilustración palpable de esa modernidad en sus estadios más recientes. Así, no hay duda de que poseemos más datos que nunca sobre nosotros mismos, y que nuestra capacidad de manipular y transformar el ámbito de nuestra vida no ha dejado de aumentar en muchos sentidos. Falta saber, no obstante, si somos más sabios.
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